El insomnio  me arroja a guardar el sueño mal dormido, en los
cajones de mi mesita de noche. Junto con las prescripciones de sedantes ineficaces,
tabaco de liar y un viejo mineral que me regalaste hace un año.
La calle resuena desierta. Las seis de la mañana. Un libro de Zoé Valdés, me hace pensar,
profundamente en la miseria que a veces hemos de transitar las personas, hasta alcanzar algo de luz.
Hasta alcanzar, solo un poquito de luz,un suspiro en el camino, y vuelta a empezar.
Este calorcito delirante de finales de octubre, justo antes de la fecha de mi cumpleaños me está
zarandeando las entrañas.
Quiero el gris plomo del cielo, el frío que entrecorta y paraliza durante unos meses, el devenir de las semanas y permite ralentizar un poquito las cosas.
De vez en cuando suena el sonido de un coche, que lame el asfalto de la calle. Pero el sonido de la
la casa a silencio, agolpa los pensamientos en mi cabeza. La conexión a internet es lenta.
La televisión aburre a las piedras. Y ya no sé si dar más vueltas en la cama, o darme una ducha caliente, o proseguir con la lectura de “la nada cotidiana”.
Me escuecen los ojos.Hay que dosificar las energías para un largo día en el que algarabías
irritantes de coches, motos, y demás animales urbanos que destruirán este amable silencio nocturno.
El insomnio es una mierda.
No sabes cuando va a venir. Cuándo se irá. Rezas al acabar el día, por dormir el máximo de horas
posibles y te preparas en un ritual de oraciones y pensamientos positivos.
Pero a las cuatro y media o las cinco, el reflejo de ése crujir de huesos por dentro, de ésa alma

que se parte por alguna razón concreta, hace que tu sueño también se parta.

1 comentario:

la princesa inca dijo...

el reflejo de ése crujir de huesos por dentro, de ésa alma


¡¡¡¡¡¡