Enhebro finos fragmentos de latón, sueños y risperidona,

los enhebro en mi pecho negro, y lo suelto a la brisa del mar.

Sudo subiendo la calle adoquinada, me paro jadeando y de pronto,

me detengo, onanismo fijado en la mente, dormido.

Esos ojos de miel, me despojan el aire de rayos opacos.

La serenidad el un metal precioso difícil,de conseguir, en esta noche de tormenta,


no sé por qué el móbil se ha vuelto de piedra,
y por la lluvia, se desdibujan, los colores.
Cae la tarde, y la mente se deshace en un vuelo de palomas blancas
que recorren el barrio de San Martín.

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