Yo mordía la noche, o el día agarrado a la cama, en la celda.
Gritaba tu nombre. Lloré y lloré.
Un espejo convexo deformaba lo real y lo convertía en algo irreal
enseñando un monstruo de tres cabezas.
Tuve miedo. Y el miedo me paralizó.
Para reencontrarme con ella.
A mi también me sucumbieron con las máquinas.
Y los venenos más fuertes.
Yo mordía la noche y grité.
De nada ha servido.
Lo juro que si no te veo, vuelvo a enfermar.
Te pido un perdón disuelto en agua,

o en la ceniza de un cigarrillo.

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