Llegó la lluvia, por sorpresa, a
Barcelona, cogiendo desprevenidas a las personas...
...yo me anduve la tarde caminando bajo
una niebla fantasmal que bajaba de la montaña
y una suave cortina de perlas de agua
que hacían de todo cuanto me rodeaba, una pátina
reluciente.
El silencio de un domingo y la lluvia.
Así decidí enterrar por fin mis
sentimientos lo más hondo posible.
Decidí qué, si la tristeza había
anidado en mi, de mi no saldría.
Ni con las luces del verano, ni con la
calidez de la mirada de un chiquillo.
Yo estaba condenado a errar y errar sin
rumbo.
Con la certeza más absoluta que mi
Dios me había abandonado,
que pronto oscurecería, vendrían los
gatos a los tejados, y yo habría de regresar,
a ninguna parte.
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