Esta Barcelona resulta aplastante ahora
que recorro como una hormiguita cada día, el metro.
Cada vez más, la gente no mira. La
gente en los metros está ida. Todos con sus móviles, o las tablets,
o la música,y la viejecita que no entiende de tecnología...
Te puedes sentir tan sólo y vacío en
un metro repleto de gente en Barcelona...
En esta ciudad ya no llueve, parece que
está destinada al sol perpetuo. Al cielo azul añil.
A veces transitan nubes bajas. Pero sin
más consecuencias.
Cuándo llueve, la furia se desata y lo
que solía llover hace unas décadas en dos o tres días de ligera
llovizna se desploma ahora en pocas
horas.
Todo está cambiando.
Los autobuses cambian de nombre,
algunas calles cambian de nombre, muchos edificios con los yo crecí
ya no existen y en su lugar se alzan fríos y estrambóticos
edificios cuadrados. Sin ventanas.
Fríos e impersonales. Me parece que
los plataneros, los árboles por excelencia en Barcelona, también se
quejan. Pero ellos no hablan. No murmuran. Simplemente están ahí.
Enfermando.
Viendo pasar los años. Respirando
monóxido de carbono y mirando aturdidos al cielo.
Ha venido una nueva plaga a Barcelona.
Los turistas, los guiris.
Extranjeros qué vienen a Barcelona a
quemarse con el sol para luego contarlo en sus países.
Beber sangría y comer paellas
sintéticas en las Ramblas. Y consumir. Y consumir.
Rusos con tal poder adquisitivo qué se
pueden dejar en “Lacoste” sin parpadear mil euros
en cuatro prendas de ropa.
Somos una marca de referencia en el
mundo.
Somos una ciudad escaparate dónde
nosotros, los que nacimos en ella, cada vez nos sentimos más
excluidos porque no podemos pagar
alquiler, ni comer algo en un bar, ni casi viajar en transporte
público porque vale 2,15 euros. El billete más caro de transporte
público de toda Europa.
Muchas veces me pregunto dónde está
la Barna que conocí de pequeño.
Era amable, estaba llena de casas
antiguas. No había turistas ocupando todo el gótico.
Barcelona era Barcelona. Con su Sagrada
familia, con su mar Mediterráneo. Con su avenida
Diagonal y con su fascinante Ensanche.
Hoy Barcelona es algo extraño, una
especie de “soho” neoyorquino. Caótico.Impersonal.
No es mi ciudad. Dónde yo nací y la
que yo sentía mia.
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