Dejar los ojos cerrados.
No oír nada. Dejar inertes las falanges de los dedos
hasta que se enfríen. Si
pudiese, dejar que latiera el corazón unas horas
y convertirme en en una
piedra. En una piedra gris y pesada.
Ser cemento. Ser farola.
Convertirme en un semáforo
en ámbar en una gran avenida. O acaso un poste de luz eléctrica.
Ni respirar, nada.
Convertirme en una playa
devorada por un temporal. Convertirme en el viento que azota
las yucas del paseo. Todo
por dejar de ser y no tener que desear abrir los ojos, desear
el corazón latir o los
pulmones para respirar o los ojos para ver.
De nuevo.
3 comentarios:
y en la incandescencia de las garras
donde el dolor enciende el volcán, el sueño como un pasadizo....
abrazo J.!´
cuántas veces deseé cuántas todavía ser de la materia inerte... podríamos hacer el surrealismo del mercurio y de la sal y cuando volverse por los ojos otra vez al cuerpo, tener una garganta a más.
y en la incandescencia de las garras
donde el dolor enciende el volcán, el sueño como un pasadizo....
abrazo J.!´
cuántas veces deseé cuántas todavía ser de la materia inerte... podríamos hacer el surrealismo del mercurio y de la sal y cuando volverse por los ojos otra vez al cuerpo, tener una garganta a más.
Muy bien.
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